Respuesta: La memoria en “Martina, la rosa número trece”

La memoria es un aspecto vital de este libro. La memoria sirve como una reclamación de las voces olvidadas de Martina, las treces rosas, y su familia. Murieron ellos debido a ideología durante la Guerra Civil, y la victoria de la dictadura hundió la memoria de ellos. Su historia resurgió un año por Ángeles López un años antes de la adopción de La Ley de Memoria Histórica en 2007.

Hay aspectos de la importancia de la memoria dentro de la narrativa de Martina. Su hermano Luis refleja la trayectoria de la guerra en cuanto a su militar. Así López, Martina no tiene documentos firmes para entender la historia de Luis—está dependiente de las palabras de otras personas sobre su travesía durante la guerra. Martina también experimenta el cambio de memoria de la cultura española. Los valores izquierdistas de los años tempranos de la Segunda República se vuelven rechazados por los valores fascistas. En una escena, Martina tiene que esconder los libros de escritores izquierdistas como Pablo Neruda y Miguel Hernández bajo el colchón. Además, el fascismo toca la cultura de clase: la tortura que sufrió Martina aconteció en una vecindad noble y rica. La memoria de esos aspectos de la cultura es lo mismo pero también es totalmente transformada para Martina en el “presente” y para los académicos y escritores como López.

Es importante pensar cómo cambia tiempo la historia. Este libro se considera novela porque López escribe una fusión de historia y ficción. López y las parientes (es importante considerar que las personas que ayudaron a López con este proyecto son todas mujeres) tienen que compensar por recuerdos de Martina y los “personajes” que no existen hoy. No hay documentos escritos que preservaron la vida de Martina, como dijo Kelly, salvo las zapatillas. Kelly escribió sobre la importancia de los recuerdos orales. Es verdad—la memoria de Martina vivió por la narración oral. Sin duda, la historia de Martina está tocada con las voces y perspectivas de personas que no vivieron su vida—por eso, la memoria de Martina se vuelve una restauración colectiva.

La Bernarda Alba como símbolo del franquismo

El personaje Bernarda Alba en La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca refleja los motivos de represión y opresión del franquismo durante y después de la Guerra Civil Española. De hecho, es decir que Bernarda representa la voz femenina de las ligas franquistas, las que propusieron el orden rígido por los roles tradicionales de género y la sumisión a las demandas de la autoridad absoluta. La descripción de Bernarda en cuanto a su lenguaje, sus acciones, y sus creencias me sugiere que represente ella el “modo de ser” que recomienda Pilar Primo de Rivera, la líder de la Sección Femenina de la Falange.

En un clima política que manda que “las mujeres sean absolutamente morales y cristianes,” Bernarda crea un ambiente que restringe a sus hijas a un modelo de “perfección” (Rivera 47). Bernarda controla cada aspecto de sus hijas—especialmente en el campo de romance y amor. Bernarda, como la Falange, espera “lealtad y sumisión” y “respeto a nuestra jerarquías” sin dudas (Rivera 10). La palabra de Bernarda es absoluta: ella dice, “En esta casa no hay ni un sí ni un no. Mi vigilancia lo puede todo” (Lorca 192).

La Bernarda y la Falange crean una visión falsa de la realidad y hacen todo que pueden para mantener la imagen de orden y excelencia. El blanquísimo de la casa muestra físicamente un deseo de pureza por el orden. La casa sigue las reglas de un “ambiente limpio y despejado del campo,” las que recomienda Rivera (Rivera 47). El símbolo de la pureza tiene que ver con la muerte de la hija menor, Adela. Bernarda sostiene que su hija “ha muerto virgen,” aun que los todos involucrados saben que es mentira (Lorca 205). La Bernarda y la Falange también llevan extremos violentos para mantener su control sobre sujetos—básicamente, ambos eliminan los problemas o amenazas de su vida preferida para siempre. Finalmente, lo que cubre todo de la realidad falsa es el silencio y el temor: nadie puede desafiar a los poderes autoritarios sin repercusiones.

La suegra y la cuñada en La plaza del Diamante

La relación entre la suegra de Natalia, la madre de Quimet, y Natalia sí misma me interesa. En muchas instancias, la dinámica entre ellas en los primeros once capítulos de La plaza del Diamante me hace pensar en la de Algún amor que no mate. Por su puesto, la suegra de Natalia es menos maliciosa y el “certamen” entre suegra y cuñada no es tan drástico en esta novela. Sin embargo, es importante notar que todavía existe la suegra como la protectora de su hijo y el miembro de la familia que refuerza las reglas de género en el matrimonio.

En muchas de las escenas que vemos a las dos, la suegra y Natalia están en un lugar doméstico como la cocina (61). Además, cuando Quimet le presenta Natalia a su madre, una de las primeras preguntas es “¿y el trabajo de la casa, también te gusta?” (23). Esta línea sigue un momento en que la suegra burla del trabajo de Natalia en la pastelería (23). Parece que Quimet quiere seguir un ciclo de la maternidad de su madre en la relación con Natalia: quiere que cumpla las tareas domesticas, aún llevando los delantales como “los que llevaba su madre” (22). Pero, Quimet tiene mucho más respeto a su madre que a Natalia. Por ejemplo, la madre pide que Quimet se calle durante la cena—Natalia nunca podría decir eso a Quimet sin le enfadarse a él (35).

Puede decir que la suegra tenga atributos de una antagonista sin embargo. La señora Enriqueta advierta a Natalia generalmente que las suegras engañan para “hacer creer que era muy inocente” y “sólo viven para molestar” (52). En una escena memorable, la suegra de Natalia lleva “un vestido de seda negro” para la boda (40). La suegra no es la villana del cuento, pero nunca apoya a Natalia directamente. Solo tiene su hijo en sus ojos, aunque se da cuenta que su niño en la realidad actúa en maneras abusivas e inapropiadas.