En el poema “Rima LIII”, escrito por Gustavo Adolfo Béquer, la intertextualidad es fundamental en la construcción del significado. El personaje principal, que nos dirige solamente al fin de cada estrofa, está respondiendo a un serie de mujeres distintas. Las primeras estrofas terminan con un tipo de estribillo—después de presentar su oferta, cada mujer pregunta, “¿A mí me buscas?” (Bécquer 4, 9), a que el hombre—nuestra voz poética—responde, “—No es a ti; no” (5,10). Las mujeres en estas dos estrofas representan concepciones tradicionales de la mujer en la poesía—especialmente en el caso de la segunda estrofa, que recuerda al “Soneto CLXVI” de Luis de Góngora.
Los dos poemas —”Rima LIII” y “Soneto CLXVI”— existen en la tradición del “blazon“,¹ un tipo de poesía que incluye una lista de los partes del cuerpo de la mujer, muchas veces en comparaciones halagadoras. Góngora menciona el cuello, la frente, los labios, y el cuello de su mujer, comparándolos al oro, al lilio, al clavel, y al “cristal luciente”, respectivamente (Góngora 1-8). Bécquer establece unas de las mismas comparaciones—La segunda mujer dice, “—Mi frente es pálida, mis trenzas de oro” (Bécquer 6). Está jugando con estas concepciones tradicionales de la belleza, una referencia a la tradición de los poemas del carpe diem—que dan su énfasis en el cuerpo y en los “goces”, en las palabras de Bécquer (3)— y los del blazon.
Pero, en la obra de Bécquer, el hombre no está satisfecho con las ofertas del placer visual y físico; él necesita algo efímero, intangible e inalcanzable. En la tercera estrofa, encuentra una mujer misteriosa que rompe el patrón de la oferta y la denegación:
—Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz
soy incorpórea, soy intangible:
no puedo amarte:—¡Oh ven; ven tú!
(11-15)
Aquí tenemos algunas subversiones potentes: mientras en las primeras estrofas las mujeres eran físicas y reales—la pasión encarnada—la mujer de la tercera estrofa es una “fantasma de niebla y luz/ [es] incorpórea”. Ella es un rechazo de la obsesión en el cuerpo, adónde los hombres de la poesía pasada se habían centrados. Hasta los versos son raros, con un poco del surrealismo—el encabalgamiento entre “luz” y “soy” no tiene sentido gramaticalmente, pero transmite el hecho de que la mujer es como un sueño.
La tercera estrofa va más a fondo en subvertir otro elemento tradicional del amor entre el hombre y la mujer—mientras las primeras dos mujeres se preguntan si ellas son las que el hombre pide, la mujer tercera dice que es “imposible”: “no puedo amarte”. El hombre quiere lo que no puede tener, lo que no puede ni conocer ni entender. En el blazon, el hombre traza el mapa del cuerpo femenino—el puede entender y describir todo. Pero la tercera mujer del poema de Bécquer no es conocible. El hombre que Bécquer crea esencialmente es un rebelde, no solo contra las condiciones tradicionales del amor, pero también contra los tropos y las convenciones de la poesía. Aquí está la importancia de la intertextualidad al mensaje del poema: si son intencionales o no, las referencias a los tropos poéticos crean el sentido de la ruptura—lo que Harold Bloom llamaría un clinamen o un tessera.
¹No sé si existe una palabra en español, así usaré este término.