La novela “San Manuel Bueno, mártir” escrito por Miguel de Unamuno se trata de un santo varón. Es fascinante que el lector sepa que hay algo extraño sobre esta figura de autoridad religiosa, Don Manuel, pero la mayoría del pueblo sea inconsciente. Unamuno logró este efecto con frases misterias que ponen énfasis en cómo “Don Manuel huía de pensar ocioso y a solas, que algún pensamiento le perseguía” (88). Esta frase tiene un tono de la sospecha, curiosidad y para mí, un poco de la tristeza. Planta la pregunta, ¿qué es lo que Don Manuel evita? Creo que la perfección de Don Manuel crea preguntas para los lectores que están pensando ¿cuál es el truco con este señor? También, noté que al principio del cuento, Angela, la narradora, está dando sus memorias de Don Manuel, “a modo de confesión” (84). Desde el principio, estaba curiosa de que ella necesita confesar sobre esta figura tan idolatrada.
Al final de la primera mitad, descubrimos que Don Manuel no cree en Dios o en la religión aunque es lo que enseña y es como viva. Al principio, pensé que él es un hipócrita. Pero cuando Lázaro explica las razones de Don Manuel para fingir su fe, Don Manuel tiene intenciones muy buenas. Él hizo todo “por la felicidad” del pueblo, “para hacerles felices…y no para matarles” (96). La caracterización de Don Manuel es fascinante porque aunque él estaba viviendo una mentira, sus intenciones eran buenas y por eso ¿él todavía es una buena persona o no? Es complicado y un asunto de morales. ¿Pueden las intenciones buenas perdonan alguien de sus mentiras? La reacción de Angela sugiere que sí, ella no parece enojado con él sino triste para él. Ella reza para Don Manuel y Lázaro; es interesante que su fe no tiemble para nada.
Otros elementos que me fascinaban son la repetición de las montañas y el lago (85, 86, 87, 90, 92, 94, 95, 98, 100), la repetición de la frase “Hay que vivir” (97) y como Don Manuel va a ser un “mártir” como el título sugiere.